Querida familia:
Otra muerte bélica, acaecida en los comienzos del conflicto en fecha que no puedo precisar, me produjo una fuerte impresión que ahora revivo al escribiros. Se trata de la de Diego Rojas y Diez de la Cortina, hermano de mi compañero de curso e íntimo amigo Eusebio. Diego era el segundo varón de los cuatro que tuvo don Eusebio Rojas Marcos; había elegido la carrera militar, habiendo completado sus estudios en la Academia en junio de aquel año, 1936; al comenzar aquel verano lucía por primera vez sus estrellas de teniente y estaba pendiente de su primer destino.
La muerte de Diego, que le llegaba cuando apenas degustaba las primeras mieles de la carrera elegida me produjo un cúmulo de sentimientos. No había caído víctima de un crimen ignominioso, como mis primos Arias de Reina. Había muerto al frente de su tropa, dando cara al enemigo, fiel al ideal de su entrega al servicio de la patria; en cierto sentido, su muerte era la que correspondía a su vocación militar. Y me parecía que una confusa amalgama de sentimientos; profunda pena, tristeza ante una juventud tronchada pero también orgullo, admiración ante el deber cumplido, oferta familiar ante el altar de la patria, se difundía por todos los asistentes: padres, hermanos, amigos reunidos para recibir el féretro.
Yo acudí en seguida a consolar a Eusebio; presencié, no sin que se me saltaran las lágrimas, la llegada del ataúd, envuelto en la bandera rojigualda poco antes restablecida como enseña nacional. Se incorporaron enseguida los clérigos de la vecina parroquia de San Nicolás y el cortejo funerario, solemne y silencioso se dirigió al Cementerio de San Fernando presidido por la cruz y la bandera española.
La Transformación del alzamiento o pronunciamiento militar en guerra civil se produjo a lo largo de las últimas semanas de aquel verano del 36. En estos días se delineó el frente que separaba a ambos bandos; la zona gubernamental, pronto denominada “roja” estaba subdividida en dos partes no conectadas entre sí; la de menor extensión venía a comprender las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y casi toda Asturias. Es importante recordar que la capital de esta, Oviedo, quedo en manos de los sublevados y se mantuvo durante meses cercada por las fuerzas gubernamentales. Todos los cronistas elogian la heroicidad de los defensores de Oviedo y coinciden en que esta se extendió a la población civil cuya colaboración a la resistencia fue máxima. En el cerco de Oviedo murió el que hubiera sido mi suegro, Antonio Castells.
La parte mas extensa de la zona roja comprendía las que hoy son autonomías de Cataluña, Valencia y Murcia; también la parte más oriental de Aragón; las tres capitales mañas sobresalían en el frente nacional avanzando un tanto en la zona roja. El frente seguía una línea indecisa por los campos de la Alcarria hasta enlazar con los alrededores de Madrid a donde las fuerzas nacionales llegaron pronto pero encontraron una feroz resistencia que duró hasta el final de la contienda. Es sabido que un foco aislado de resistencia de las fuerzas nacionales fue el Alcazar de Toledo, sede de la Academia general militar y en cuya liberación puso Franco especial empeño; conseguirla supuso un tiempo que, según algunos analistas del tema, pudiera haber sido decisivo para una llegada mas pronta de las fuerzas nacionales a Madrid.
La rápida conquista de los campos extremeños permitió mantener comunicadas ls zonas norte (Galicia, Castilla y León, Navarra y Aragón) y sur (gran parte de Andalucía) en poder de las tropas nacionales.
Pero la situación inicial de estas en Andalucía era ciertamente complicada y peligrosa; dominaban el valle del Guadalquivir pero había que atender a un frente norte delimitado, más o menos, por las cumbres de Sierra Morena y otro sur que venía a coincidir con las de la Cordillera Penibética; al sur de ésta la provincia de Málaga había quedado en la zona roja tras el fracaso del alzamiento en su capital. Córdoba y, sobre todo Granada, estaban amenazadas casi por todas partes. En cierto modo, Sevilla tuvo pronto una situación privilegiada a la que contribuía también el factor geográfico por su alejamiento de las zonas montuosas propicias a imprevisibles ataques repentinos. Las otras dos provincias limítrofes, Cádiz y Huelva, fueron pronto dominadas aunque en la segunda los mineros de Rio Tinto plantearon graves problemas; su intento de ataque a Sevilla fue sofocado y seguido de dura represión.
Nosotros los pequeños no nos dábamos plena cuenta de la situación de inestabilidad en que vivíamos porque además Sevilla, como acabo de indicar, adquirió pronto las características de una ciudad de retaguardia, no sometida a riesgos de ser atacada; si notábamos el ambiente de campamento militar que nos rodeaba. Así fue que, en los primeros días de octubre empezamos nuestro curso en el colegio de la calle Pajaritos como sí el recién acabado verano no hubiese cambiado drásticamente la vida de nuestra ciudad y de España. Al colegio se fueron incorporando jesuitas y se suprimió la proclamación de dignidades; por lo demás, las clases y otras actividades eran como en años anteriores. Yo terminé mi bachillerato este curso 1936-37.
Tengo la impresión de que muchos sevillanos, en particular, los de mi edad y condición social, apenas sufrían la guerra a menos que algún pariente próximo hubiera sido víctima de ella estuviera en el frente o hubiese quedado en zona roja. No había faltas en el suministro de los productos de primera necesidad y las tiendas de comestibles y mercados funcionaban como siempre y creo que algo parecido ocurría en el resto del comercio urbano. Las carencias y la escasez, en particular en el ramo de la alimentación, vinieron más tarde a comienzos de los años cuarenta. Yo recuerdo, quizás en el invierno de 1941-42, a tía Salud bajar con una taza de caldo caliente al portal gótico de San Isidoro para dárselo a beber a una mendiga que desmayaba su pobre vida entre espasmos de frío y hambre. Quizás en la relativa normalidad de vida que yo percibía en aquellos años de guerra influía el egoísmo propio de la mocedad que juzga el conjunto por lo que ve y vive en su inmediato alrededor, sin mirar a los que están más lejos; quizás la relativa austeridad que se vivía en San Isidoro 24 ayudaba a no echar de menos lujos de los que tampoco se disfrutaba en los anteriores días de paz. Cuando surge esta conversación en casa, Alicia la corta diciéndome que yo no supe lo que se sufrió en la guerra; los primeros recuerdos de ella, cuando aún no contaba cinco años, se localizan en el cerco de Oviedo donde, como ya dije, perdió a su padre.
Es posible que no se haya insistido mucho en un punto: la asimetría geográfica de las dos zonas, la “nacional” y la “roja”. Generalizando en forma algo exagerada la primera era fundamentalmente rural, agrícola, con una densidad de población más bien reducida y núcleos urbanos mucho menores que los de la otra zona. La producción cerealística, aceitera y vinícola, era muy elevada y el índice de industrialización y, por tanto, el de concentración proletaria era bajo. Se invertían estos términos en la zona roja que incluía las tres ciudades mayores de España, tenía una densidad de población mucho mayor y una producción agrícola menor (salvo de frutales); esta zona estaba mucho más industrializada. Por todo ello, a medida que las fuerzas de Franco extendían su dominio territorial, aumentaba el número de bocas que alimentar en grado superior a la producción de comestibles. Este desequilibrio entre necesidades y producción se acusó mucho más cuando ocurrió la rendición final de los rojos y influyó gravemente en la vida española de los años cuarenta sumándose a las inquietudes que nos producía la guerra de Europa y posteriormente a las consecuencias del aislamiento a que nos sometieron los vencedores de ella.
En esos primeros años cuarenta si vivimos restricciones y deficiencias. Se que al referirme a ellas rompo con toda ordenación cronológica pero, insisto, estas cartas son eso cartas y no una historia sistemática y estructurada. Mi primer recuerdo se refiere al pan que se alejó a velocidades de vértigo de aquel manjar blanco y prieto que procedía de Alcalá de Guadaira y que hace meses os he ponderado. De la panadería de San Isidoro, que también había alcanzado antes un alto grado de exquisitez, nos venían unas especies de pelotas, de color fuertemente amarillo, a las que había que tratar con mimo, porque de no ser así se desmoronaban bruscamente transformándose en montoncitos de arena amarilla que recordaban al albero de la Maestranza, creo que hasta en su poco delicado sabor.
Otro alimento, que se hizo entonces popular fue el boniato, un remedo basto de la batata que mejoraba, es un decir, si lo aplastabas con un azúcar que también había perdido su impoluta blancura.
Y para completar un trío de referencias alimentarias una cita al chocolate tan indispensable para las meriendas infantiles. Nada parecido a las exquisiteces actuales ni tampoco a las que ya había alcanzado la casa Nestle en los años treinta. Su color era ahora marrón sucio y su tendencia a desmoronarse era pareja a la del pan; pero seguimos trasegando aquella masa arenosa y áspera que nos proporcionaba la empresa Matías López.
Ni que decir tiene que las delicias dulceras que producía el Horno de San Isidoro y que algún que otro domingo completaban gratamente nuestro menú matinal bajaron de calidad a gran velocidad y tuvieron que ser sustituidas o suprimidas para mi pesar. Porque entre mis hermanos he tenido fama de ser dulce-dependiente en grado parecido al que esta segunda calificación se da en otros con el tabaco, el alcohol, las drogas, etc. Quizás haya algo de cierto en ello aunque no en el grado de acusación malevolente de mis descendientes directos, mis hijos y, no solo ellos, sino también alguna nieta crecidita e irrespetuosa. Algunos de ellos se atreven a afirmar que en las comidas familiares de los domingos a las que se incorporan en mayor o menor número lo que ya se han desgajado del tronco y han formado su redil propio, al llegar a la mesa la exquisita tarta que da fin al ágape, yo reclamo mi derecho de “pater familae” a partir y repartir. Así lo hago asignando las primeras porciones a los más pequeñajos, siguiendo por los ya creciditos y acabando por los más mayores. Al final, el último trozo bien cumplido del manjar me lo sirvo yo; casualmente va en él el adorno de chocolate que, no sólo embellece el conjunto, sino que constituye la parte de más delicado sabor de él. Nadie ha caído en la cuenta de que, al hacer esto, mis intenciones son buenísimas pues conocedor de que mi aparato digestivo supera en capacidad de funcionamiento a los de los demás pretendo evitar que estos sufran en la digestión de la pieza más difícil para someterse a esta operación fisiológica. En suma que mi reparto de la tarta está lleno de las más generosas intenciones.
El año comprendido entre los veranos de 1936 y 1937 fue de una intensa actividad bélica resuelta, prácticamente siempre a favor de las fuerzas nacionales más organizadas y mejor mandadas que las rojas. Aquellas llegaron con relativa rapidez, a los alrededores de Madrid desde el norte, comandadas por Mola y, desde el sur, reforzadas por contingentes militares trasladados del norte de África. Las conquistas de Mérida y Badajoz (11 de agosto), Talavera de la Reina (3 de septiembre) y Toledo (27 de septiembre) fueron hitos importantes en las primeras fases de la contienda. Yo seguía los avatares guerreros en un mapa que clavé en la galería del fondo de la casa, mediante pequeñas banderitas de papeles de color pinchadas en alfileres.
Por iniciativa del General Mola se tomaron enseguida medidas políticas y administrativas para facilitar la gobernabilidad de la zona nacional. Se constituyó la Junta de Defensa nacional, presidida por el General Cabanellas y formada exclusivamente por generales y coroneles.
Pronto se llegó a la conclusión de que un ataque frontal a Madrid era de resultado incierto y se decidió emprender campañas que acortaran la longitud de los frentes y aliviaran la presión que los rojos ejercían sobre algunas ciudades. En nuestra Andalucía esto se concretó en la campaña de Málaga que se desarrolló en el invierno de 1936-37 con la colaboración de fuerzas italianas y culminó en febrero del 37 con la toma de la capital provincial y el traslado del frente a la provincia de Granada liberándose la costa hasta la zona de Motril-Salobreña, Es fácil calcular sobre el mapa que esta victoriosa campaña supuso un acortamiento del frente de unos 150 kilómetros.
La parte del frente situada en tierras andaluzas apenas se alteró en el resto de la guerra hasta el derrumbamiento final de la zona roja. Un pariente nuestro, que estuvo destinado durante muchos meses en la zona montañosa de la provincia de Córdoba, me contaba que apenas había nada que hacer en aquellos riscos y que, como distracción, los combatientes de uno y otro bando se intercambiaban insultos y cuchufletas. Ambas fuerzas eran allí poco numerosas y habianse reducido sus efectivos para potenciar otros frentes.
Las fuerzas nacionales emprendieron la conquista de la porción norte de la zona roja. La campaña se llevó a cabo de oriente a occidente, cerrándose en primer lugar la frontera con Francia por la que empezaba a entrar armamento a las fuerzas gubernamentales. Los rojos tenían puestas sus esperanzas en el llamado “cinturón de Bilbao”, fortificación al parecer muy bien proyectada y construida bajo la dirección del ingeniero don Alejandro Goicoechea posteriormente inventor del tren TALGO; parece ser que el Sr. Goicoechea, siguiendo sus inclinaciones políticas, entregó los planos dal bando nacional y ello facilitó la toma de la capital vasca.
La provincia de Santander, de raigambre conservadora fue presa fácil del ejército nacionalista y, por fin, en el verano de 1937 Asturias fue totalmente conquistada y el heroico coronel Aranda, sus heroicas huestes y la no menos heroica población civil ovetense se vieron por fin liberados. Entre las personas liberadas figuraba una familia, una viuda joven y bella con tres hijas pequeñas, embarazada de una cuarta cuyo marido, uno de los que se llamaría después con orgullo “defensores de Oviedo” acababa de morir de enfermedad contraída en la trinchera. Andando el tiempo, este grupo femenino constituiría mi familia política. La más bajita y bonita de las hermanas me tocó en suerte años después y con ella llevo cincuenta y seis años que no es poco.
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Los abuelos estaban muy preocupados ante la falta de noticias de tío Rafael y su familia que habían iniciado su veraneo en San Sebastián a primeros de julio. Pero, ante la desolación de la familia, tampoco hubo noticias cuando San Sebastián pasó a manos de las fuerzas de Franco a comienzos de la campaña del norte de la que acabo de haceros un breve resumen. Lo ocurrido fue mas o menos como sigue: tío Rafael tuvo miedo de que la conquista de San Sebastián implicara una sangrienta batalla con grandes riesgos para la población civil y decidió desplazarse hacia el oeste y aprovechar para el cambio de bando alguna ocasión propicia. Se detuvieron en Deva, localidad que debió pasar a manos nacionales casi sin resistencia. Es decir que más que exponerse a los riesgos de una huida de una zona a otra, esperar a que el cambio de bando pasara por delante de ellos. Pronto se puso el tío en contacto con sus padres y hermanos, quizás telefónicamente, y anunció su viaje a Sevilla que entonces era un periplo muy complicado a través de Burgos, Salamanca, Cáceres y Mérida; no sé que medio de transporte utilizaron.
Con gran algazara tío Rafael y los suyos fueron recibidos por mis abuelos y el resto de la familia. Abuela y tía Salud tomaron las medidas necesarias para alojarlos en San Isidoro 24; el aumento de población de nuestra vivienda obligó a que muchas habitaciones cambiaran de uso, desaparecieron las “de respeto”, pero, por fortuna para papá y para mí, nuestro dormitorio no sufrió cambios.
Prometí detenerme en la consideración de la capacidad de acogida de mis abuelos, de su enorme generosidad, de su sentir familiar pero lo haré en la próxima carta.
Besos y abrazos de
Rafael
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